Desde el primer segundo de vida, desde ese primer momento en el que oímos el llanto del que es "nuestro" bebé y respiramos aliviados porque por fín llegó el momento de mirarse, de conocerse, de mimarse..., empezamos a desarrollar un nuevo sentido, un sentido del que nadie nos habló, del que no nos contaron nada previamente. Un sentido que intuíamos que existía, que no aparece en los libros de desarrollo infantil pero que parece "enloquecer" a todo aquel que lo experimenta. Un sentido que es común y a la vez diferente en cada caso, y que por eso es un sentido tan grandioso y especial... Es el sentido que da sentido a todo: el sentido del AMOR.

 

Y es aquí cuando comienza la verdadera aventura. Esa aventura que cada uno emprende con diferentes elementos en su "mochila de vida": habilidades, sentimientos, recuerdos, recursos, y otros tantos elementos que fuimos metiendo en ella, con la ayuda de todas aquellas personas que nos sostuvieron, guiaron e hicieron más fácil el camino durante esos primeros años en los que todavía éramos vulnerables e indefensos y no podíamos "sobrevivir" sin ayuda.

 

Como si ese bebé se tratase de una plantita a la que debemos cuidar, empezamos a "regarla" para hacerla crecer. Intentamos averiguar qué es lo que necesita y vamos dandoselo con mimo y ternura para lograr que se haga grande, fuerte, sana y feliz. Muchas veces usamos nuestro sentido común, otras veces aquellas "recetas" que leímos en libros y manuales de auto-ayuda, y otras, aquellos consejos que nos daban todas las personas que sentían el impulso de hacerlo, sin importar dónde.

 

Y, a lo largo de este viaje, no todo sale como teníamos planeado y puede pasar que, de pronto, no haya nada en nuestra mochila que nos ayude y aparezcan dificultades a las que no sabemos cómo hacer frente. Es entonces cuando nos planteamos que algo puede estar pasando y descubrimos que no sabemos dónde se encuentra ese sentido que apareció por primera vez en aquel lugar, de la mano de aquel llanto, de aquel olor, de aquel sentimiento nuevo que apareció cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez y el tiempo se detuvo dejando paso a la luz, la alegría y la vida.

 

Como cualquier proceso vital, el crecimiento psicológico de nuestros hijos e hijas es resultado de la interacción entre sus necesidades socio-emocionales y nuestra capacidad para cubrirlas. La vulnerabilidad inicial de un niño requiere que un adulto sea un buen lector de sus emociones y sintonice con ellas, siendo ésta una de las principales metas a alcanzar como madres y padres.

 

Cuando las estrategias de nuestra mochila de recursos nos "fallan", tendemos a recurrir a métodos con los que conseguimos controlar momentáneamente el "mal comportamiento" del niño (gritos, chantajes, castigos...) pero que nos alejan de un clima familiar cálido y de conexión, y de ese objetivo que nos marcamos al principio de nuestra "aventura" que era lograr que nuestra plantita se convirtiera en una planta grande, fuerte, sana y feliz.

 

Artículo publicado en "Pequeño Ensanche"

"Educar en positivo: las cinco claves de la Disciplina Positiva​"

 

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